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martes, 29 de marzo de 2016

ROBERTO ANGLERÓ PEPÍN


¿DÓNDE ESTAN LOS RUMBEROS?, para que me hablen de LAS FRUTAS DE MI PAIS.  Les juro ETERNAMENTE Y SINCERAMENTE que en esta TIERRA NEGRA
 y SI DIOS FUERA NEGRO se podría escuchar el verdadero CANTAR DE BORINQUEN.  Pero como ustedes siguen con LA MISMA VAINA yo ME VOY PAL’ CAMPO A VIVIR, a tomarme DOS COPAS y AQUÍ NO HA PASADO NADA.

Ahora te advierto SERRANA que si al chocarme con LA PARED y LA SOLEDAD no me mata, aunque LAS HOJAS BLANCAS sigan cayendo me voy para LA BODA DE ELLA y allí frente a todo el mundo tendré la SATISFACCION de gritarle a todo que yo SOY BORICUA.

Biografía obtenida de: http://salsaclasica.com

Roberto Angleró Pepín

Roberto Angleró Pepín nace un 12 de septiembre de 1929 en el pueblo de Fajardo. Su padre Juan, carpintero de oficio, y Carmen, costurera. 

Desde niño la música capturaba la atención de Roberto, sin pensar que años después se convertiría en uno de los compositores de música popular más prolíficos del Caribe. La habilidad y el arte de la composición musical fue una tarea que realizó en el tiempo libre del cual disponía luego de trabajar como mecánico. 

Su vecino en la calle 8 del Barrio Obrero era el famoso plenero Manuel Jiménez conocido como Canario quien era integrante en aquel entonces del Cuarteto Victoria de Rafael Hernández. Expuesto a los ensayos de Canario, el pequeño Roberto fue despertando su interés y aprecio a la música popular. 

Como si hubiera sucedido ayer, Roberto evocó la tarde en que a sus manos llegó un acetato de 78 rpm con la canción “Los Carreteros” de Rafael Hernández y la danza “Mis amores”, interpretada por Pedro Ortiz Dávila Davilita. 

Antes de ser compositor, fue cantante. Era tenor, pero la timidez, según confiesa, lo traicionaba. Varias veces asistió al programa de Rafael Quiñones Vidal y cuando escuchaba un vozarrón se sentía intimidado.  



Su padre deseaba que estudiara medicina o leyes. Para distraerlo de la música y los deportes lo trasladó a Nueva York. Fue a vivir al Bronx y con eso lo que provocó fue acercarse más a la música. Llegué domingo y el miércoles sus primos ya lo habían llevado al Palladium a ver a Machito, su orquesta favorita. En el Palladium pudo mejorar sus destrezas para el baile nada más y nada menos que al lado de Killer Joe, Cuban Pete, Mike Vázquez y otros bailarines del mambo. En Nueva York también recibió varias lecciones de batería con el legendario Max Roach. 

Así se nutrió de lo que es el jazz. Con el aprendizaje del inglés propició su reclutamiento como oficial de la fuerza aérea durante el conflicto de Corea. Destacado en una base de San Antonio, Texas, una noche salió a cenar al Cuban Dinner Club y conoció al músico Lalo Ruiz, cuya orquesta se especializaba en la música de Beny Moré, Miguelito Cuní y otros soneros cubanos. 

Cantó con la orquesta y, a su regreso a Puerto Rico, con tríos y cuartetos de Barrio Obrero hasta que, superado el pánico de los días de Quiñones Vidal, subió a una tarima a cantar con La Panamericana de Lito Peña. 

Profesionalmente debutó como cantante con Bobby Valentín, pero, según confiesa Don Roberto, sin la ayuda de Héctor Urdaneta y Lito Peña él no hubiese existido. Urdaneta era copista de Peer International y lo ayudó a inscribir sus primeras canciones, tales como “Qué le pasa a mi chamaca”, “El pisotón” y “La Pared”. 

 “La Pared” recorrió el mundo en las voces de Yayo El Indio con La Panamericana, de Felipe Pirela, Roberto Ledesma y Xiomara Alfaro. Se han grabado más de 50 versiones y es la canción de su catálogo que más le produce en regalías. 

Su segunda canción de mayor resonancia internacional es la bomba “Si Dios fuera Negro”, grabada con su orquesta Tierra Negra y de la cual recibe regalías de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.   



Según Don Roberto, la escribió porque fue víctima de racismo en Estados Unidos y en Puerto Rico. Esto debido a que mucha gente no podía creer que un negro fuera capaz de componer una pieza como “La Pared”. 
 
Roberto Angleró tuvo como primer cantante al fenecido Grifo de Nemesio Canales, Marvin Santiago. Entre 1970 y 1979 le compuso éxitos a reconocidas figuras como Bobby Valentín, El Gran Combo, la Sonora Ponceña y Gilberto Santa Rosa, tales como “Soy boricua”, “La boda de ella”, “Hojas blancas”, “Vas por ahí” y “Satisfacción”, entre otros. 
 
Como buen defensor del folclor puertorriqueño, en 1979, Roberto visitó Colombia tras la repercusión de “Si Dios fuera Negro” en dicho país. En 1982, regresó a recibir el Congo de Oro en el Carnaval de Barranquilla por el éxito del seis chorreao “La trulla moderna”. 
 
Recientemente se le dedicó el Día Nacional de la Salsa, que organiza la estación de radio Z-93, lo que le hizo sentir gran orgullo por el hecho de que los organizadores de ese magno evento lo hayan recordado a él y a su valioso legado musical. 

viernes, 4 de marzo de 2016

CESAR PORTILLO DE LA LUZ

Una  NOCHE CUBANA viendo una ESTAMPA DE BOHEMIA que no sabía si era REALIDAD Y FANTASIA estaba escuchando una CANCION DE UN FESTIVAL y le dije a mi SEÑORA MEXICANA, ES NUESTRA CANCION, VUELVE A VIVIR este PERDIDO AMOR y dile AL HOMBRE NUEVO que hay en mi si  vas a seguir siendo TU MI DELIRIO.  

Por favor DIME SI ERES TÚ la mujer que va a seguir llenado mi vida de alegrías
y te juro que desde hoy voy a acariciarte y cuidarte COMO UNA FLOR.

Biografía obtenida de: http://www.encaribe.org/

César Portillo de la Luz
César Portillo de la Luz  Nace en el 31 de octubre de 1922 en La Habana, Cuba y fallece el 4 de mayo de 2013 en La Habana, cuba. Compositor, guitarrista y cantante. Uno de los grandes exponentes de la cancionística cubana y fundador del movimiento feeling.
Inició su carrera artística como cantante de un trío configurado por guitarra y tres. En esos primeros años estuvo muy vinculado a la creación sonera, lo que ejerció decisiva influencia en su interés por la guitarra, instrumento que tocó en público, por primera vez en 1939. En ese ámbito conoció de las primeras posiciones del instrumento; después amplió sus conocimientos técnicos y puso en la guitarra sus primeros acordes e intervalos generadores de la tríada, acorde más elemental que se pueda construir. A partir de entonces dedicó  todo su empeño, no solo a buscar una digitación adecuada, sino una explicación lógica en la construcción de acordes para su posterior aplicación.
Hacia finales de la década del treinta estuvo muy atento a todo el acontecer musical de su contexto, tanto en el espectro de la creación nacional como de la extranjera. A través del disco fonográfico siguió muy de cerca las inclinaciones estéticas operadas en la mejor canción de México y Puerto Rico y dedicó una especial atención a las bandas sonoras del cine norteamericano, muy en particular al trabajo orquestal ideado para las películas de ese recurso cinematográfico. 
Las copiosas audiciones, tanto de bandas sonoras como de discos fonográficos, lo llevaron al cultivo y sedimentación de amplias apreciaciones de carácter artístico, hasta el extremo de pensar en mecanismos puntuales capaces de seleccionar, entre estas músicas, las melodías que en realidad necesitaba para la elaboración de sus propios códigos estéticos. Consumía lo mejor de la música del teatro musical de Broadway (quedó prendado de los maravillosos pasos danzarios de la pareja Ginger Rogers / Fred Astaire), y  -gracias al disco- el fructífero desplazamiento musical de los ricos y pegajosos balanceos del swing a la manera de Benny Goodman y Glenn Miller, por la rítmica perfecta experimentada por bopers de la talla de Charlie Parker, Russell, Dizzie Gillespie, permeada por la percusión afrocubana de Carlos Vidal y Luciano «Chano» Pozo.
Esos timbres no le impidieron apreciar lo mejor de las potencialidades de todo lo que sonaba entonces en Estados Unidos, hasta alcanzar experiencias que entramaron singulares subrayados de indiscutible emoción para el posterior discurso y diálogo melódico en la elaboración de los textos de sus futuras canciones. Pero, en realidad, la mayor influencia la recibió de Glenn Miller, quien, en su pensamiento musical, marcó una huella de trascendencia, especialmente en el aspecto timbrico y armónico.
Al mismo tiempo, el cine musical norteamericano lo estimuló a emprender un acercamiento a la corriente impresionista. Otorgó sus preferencias a Claude Debussy y a Maurice Ravel,  por lo que se entregó sin dilación a largas audiciones con grabaciones como la suite La mer, del primero, a la par que consumía, de manera rara y voraz, a Brahms, Chopin y Liszt.
Con el tiempo descubrió en la música de fondo del teatro musical norteamericano y su uso en los filmes musicales la existencia de alientos impresionistas a lo Gershwing y Handy, en mayor medida que el impresionismo debussyano o raveliano propiamente dicho; aunque en su aplicación esta música no quedaba exenta de los códigos impresionistas.
 Entonces se adentró en el estudio y la audición para reafirmar muchas de sus apreciaciones, hasta aquel momento sumergidas en el conocimiento empírico, intuitivo. Esto lo llevó al decisivo convencimiento de que, aunque no había alcanzado el estudio sistemático de la música, le resultaba imprescindible para desarrollar su inmensa galaxia de inquietudes, y que la solución a tan compleja problemática se conseguía a través del trabajo, única vía para un artista. Se adentró, a través de las audiciones, en el mundo creador de los compositores clásicos y románticos. De cada uno de estos estilos configuró sus preferencias a partir de una rigurosa selección.  
En la década del cuarenta se produjeron sus primeros acercamientos a los discos grabados con la obra de Manuel de Falla, cuyas composiciones disfrutaría en compañía del guitarrista y compositor Ñico Rojas y el pianista Frank Emilio Flyn, quienes lo estimularon a madurar como creador. Sin embargo, solo cuando entró en contacto con el profesor Vicente González Rubiera llegó a tener plena conciencia de la importancia y complejidad de la guitarra.
Para los compositores del feeling, las letras de sus canciones fueron una cosecha de las emociones vividas a diario; con letras (a diferencia de las canciones de entonces) cercanas a la vida, a la necesidad de existir y enfrentar realidades. Esto en nada significaba divorcio de la poesía, el sentimiento y el amor por la vida; como contraste, estas emociones se contemplaban desde un prisma diferente, desde un universo poético más concreto, aunque pletórico de un lirismo alejado del morbo y la cursilería, más allá del conflicto íntimo de la costumbre.
En múltiples ocasiones afirmó: «Yo no soy esclavo de las circunstancias, pero si en medio de mi trabajo habitual surge una canción coyuntural, la hago y luego sigo con lo de siempre. Yo no me detengo en la coyuntura, sigo. Cada día hay más cosas a las cuales cantarles».
No por azar maduraba las ideas antes de componer, y no escribía una canción hasta estar convencido de que reflejara un acontecimiento o estuviera cercana a una verdad.
Su obra, como la de todos los creadores del feeling, al principio encontró resistencia a ser interpretada. Algunos cantantes alegaban la complejidad de su armonía, o la desnudez de sus imágenes a toda expresión artística, o lo contraproducentes para el gusto al uso. Pero por fin despertó aceptación y difusión en los medios musicales a finales de la década del cuarenta, sobre todo cuando el compositor, orquestador y tresista Andrés Echevarria, artísticamente conocido por «Niño Rivera», la incorporó con sus arreglos al repertorio del Conjunto Casino, recreadas por las voces de Roberto Faz, Orlando Vallejo, Roberto Espí y Nelo Sosa. Por las ondas radiales cubanas se comenzaron a escuchar las grabaciones de las piezas Quiéreme y verás, Realidad y Fantasía, Perdido amor, Es nuestra canción, Tú, mi delirio, Contigo en la distancia, Concierto gris y muchas otras, enriquecedoras del firmamento musical cubano.
Los años cincuenta depararon a sus composiciones un espacio de éxito. Importantes vocalistas, en especial de México, incorporaron a sus repertorios y programas de grabaciones muchas de las composiciones de Portillo. Por esos años creó Canto a Rita, Dime si eres tú, Vuelve a vivir, yChachachá de las pepillas.
Después del triunfo de la revolución cubana, su obra se tornó más reflexiva, quizás más filosófica. Se dan a conocer Canción de un Festival, Al hombre nuevo, Canción a la canción, La hora de todos, ¡Oh valeroso Vietnam!, Interludio, Arenga para continuar una batalla, En esa fechay Canto, luego existo.
Su obra, siempre pletórica de auténtica cubanía, está más cercana al divertimento poético,  como se aprecia en Son al son y Son de la verdad.
Por más de seis décadas ha recibido el reconocimiento de las generaciones más exigentes. La Academia de las Artes y las Letras de la Música, de España, le otorgó, en su VIII Edición, el Premio Latino a Toda Una Vida  2004, en ceremonia efectuada en el palacio Municipal de Congresos de Madrid.



jueves, 3 de marzo de 2016

CARLOS ELETE ALMARAN

UN ANOCHECER, BUSCANDO UN CARIÑO y  POR YO BESARTE me di cuenta que NADIE TE COMPRENDE. Ahora esta NOSTALGIA de estar LEJOS DE TI me ha vuelto como un loco, no sé QUE SUCEDE CONTIGO, yo quiero QUE SEA DE VERDAD y que no sea una LA APARICION que  llegó a perturbar mi paz. Yo quiero que tu sea para mí la HISTORIA DE UN AMOR que vino a llenar mi vida de alegrías.   
Biografia obtenida de:  www.encaribe.org
 Carlos Eleta Almarán
Carlos Eleta Almarán (1918) Compositor y empresario panameño. Reconocido por su confianza y apoyo a las artes nacionales.
Carlos Eleta Almarán nació en la ciudad de Panamá, el 16 de mayo de 1918. Fueron sus padres Carlos Eleta García y Aurora Almarán, ambos nacidos en España. Hizo estudios primarios en Panamá; luego viajó a Málaga (España), donde alcanzó el grado de bachiller. Pasó más tarde al Bryant College, en Providence, Rhode Island (Estados Unidos), en el cual obtuvo el título de Administrador de Negocios en 1941. Contrajo matrimonio con Dora Boyd el 26 de mayo de 1941, y de su unión nacieron cuatro hijos: Carlos Augusto, Sandra Isabel, Alberto Samuel y Raquel del Carmen.
Al regresar a Panamá para hacerse cargo de los negocios de su padre, Eleta reanudó su relación con Arturo El Chino Hassán -otro gran artista panameño- con quien sostenía una amistad que se remontaba a la niñez. Eleta lo llevó a trabajar junto a él en la distribución y venta de cigarrillos Chesterfield. A partir de entonces, el quehacer artístico de ambos estuvo estrechamente vinculado, y los llevó a contender en el reconocimiento del público.
Carlos Eleta dio a conocer sus canciones con la firma de Carlos Almarán. A sus dos primeras composiciones, "Nostalgia" y "Lejos de ti", siguieron "Un secreto", "Caminos diferentes”, “Virgencita morena”, “Qué sucede contigo”, “Que sea de verdad”, “Un anochecer”, “Nadie te comprende", "Buscando un cariño”, “La tamborera", "La aparición", "Por yo besarte" y "Perdónala, Señor". 

Tras el fallecimiento de la primera esposa de su hermano Fernando -acontecimiento que afectó sentimentalmente a la familia- dio a conocer, en el año 1955, su máxima creación, el bolero "Historia de un amor", reconocido como uno de los grandes clásicos del género en América Latina. Carlos Almarán ha dejado entrever en él su personalidad, en la que convergen igualmente lo tierno, lo sensitivo, la sencillez y el esplendor. Por aquellos días Almarán recibió la visita del cantante y actor argentino Leo Marini, llamado “el bolerista de América”, a quien ofreció dos de sus canciones para que las grabara. Marini escogió precisamente "Historia de un Amor", con la que rompió records en venta de discos.
También Lucho Azcárraga, en una gira por Venezuela, interpretó "Historia de un amor". Después de escucharla, el compositor y arreglista mexicano Luis Arcaraz la incluyó en el repertorio de su orquesta, y la popularizó en México.
El éxito de "Historia de un amor" se consolidó en la banda sonora del film mexicano del mismo nombre. Rodado en 1956, tuvo como protagonistas a Emilio Tuero y a Libertad Lamarque, la célebre actriz y cantante, a quien el bolero le valió un disco de oro. "Historia de un amor" ha sido interpretado por numerosos artistas, y traducido a varios idiomas: inglés, francés, ruso –en una versión nombrada Pervaya vstrecha- y chino, en la voz de Leslie Cheung, con el título de我的心裡沒有他 (Wo de xinli mei you ta).
La Unión Nacional de Artistas de Panamá (UNAP otorgó a Carlos Almarán el Laurel Dorado, en reconocimiento a "Historia de un Amor" y a sus innumerables virtudes personales. Pero el premio a su grandeza se renueva cada vez que, en cualquier idioma, se escuchan las notas de este himno al amor.
Carlos Eleta Almarán fue, además, personalidad reconocida en el mundo empresarial de Panamá, pues formó parte de grupos industriales fuertemente vinculados a compañías transnacionales.
 Fundó con su hermano Fernando el primer canal de televisión panameño. Fue mecenas de campeones de boxeo como Roberto Mano de Piedra Durán y Pepermint Frazer.
Entre sus múltiples quehaceres, estuvo por otra parte la crianza de caballos de carrera, en su hacienda Haras San Miguel, en la provincia de Chiriquí. 
Cuando tenía momentos de descanso espiritual, componía versos a los que luego, sentado al piano -que había aprendido de oído- daba forma de canción.
Carlos Eleta Almarán ha tenido una vida intensa, en la que, a pesar de los infortunios, ha conocido muchos éxitos.

Bibliografía 
Arboleda González, Carlos:  "Historia de un Amor su verdadera historia", en Siete: la revista dominical,  No. 156 (mayo 16, 2004), Panamá; El Panamá América, 2004. p. 28-29.
Bazán Bonfil, Rodrigo: (compilador y prologuista), Y si vivo cien años… Antología del bolero en México, Fondo de Cultura Económica, México, 2001.
Cambio 16, Números 1128-1134, Editorial Información y Revistas, S.A., 1993.
Candanedo, Rafael: "El cincuentenario de Historia de un amor: un dolor y una joya música", en Suplemento Tiempos del mundo Panamá , Mar. 4, 2004, Panamá.
Diálogo social: Volumen 16, Número 152-160, 1983.
Hughes Ortega, William e Iván Quintero: ¿Quiénes son los dueños de Panamá?,  CEASPA, Centro de Estudios y Acción Panameño, 1987 
INFORPRESS Centroamericana, Números 795, 1988. Original ubicado en la Universidad de Virginia. Digitalizado el 5 Nov. de 2009.
"Don Carlos Eleta Almarán", Entrevista, en  Mundo social, Año 8, vol. 79 (Ago. 2005), Mundo Social, Panamá, 2005. p. 84-90. 
Rico Salazar, Jaime: Las canciones más bellas de Panamá. San José Costa Rica, Editorial Musical Latinoamericana, s.f., 86 p.