AURORA, AGUANTA UN POCO
porque el POBRE LIBORIO se fue a EL SERVICIO OBLIGATORIO y ya no le QUEDAN LAS
BUTIFARRAS que tú le compras. Dice que
LAS MULATAS DE BOMBAY se las dieron a NICANOR EN LATA.
Esta DOBLE INCONSCIENCIA
me vuelve loco porque el CANTOR DE BOHEMIA no deja que MERCEDES le diga a
LONGINA que En el lenguaje misterioso de tus ojos hay un tema que destaca: sensibilidad. En las sensuales líneas de tu cuerpo hermoso las
curvas que se admiran despiertan ilusión.
Manuel Corona Raimundo
Manuel Corona Raimundo
nació en Caibarién, el 17 de junio de 1887 y vivió allí sus primeros años.
Luego se trasladó a La Habana, capital de Cuba, y se consagró como uno de los
grandes de la Trova Tradicional Cubana, junto a Pepe Sánchez, Sindo Garay, Alberto
Villalón y Rosendo Ruiz. Dicen que le pidió a su madre que le permitiera
comprarse una guitarra con el primer dinero que ganó como tabaquero, cuando era
apenas un adolescente; cuentan que en cuanto pudo, fue a Santiago de Cuba, para
beber de la fuente natal de la trova, allí conoció a Pepe Sánchez y se apropió
de los conocimientos necesarios para componer de acuerdo a aquella forma que
sentía era la suya.
En sus años iniciales
como músico, fue guitarrista y compositor en una agrupación sonera de los barrios
de La Habana y participó en la fundación de uno de los primeros sextetos
habaneros de son, factores que le permitieron adquirir conocimientos
imprescindibles en su obra musical. Entre 1900 y 1920, Corona realizó sus
producciones más destacadas por la cantidad, calidad y variedad de géneros
musicales. Corona fue, de los grandes de la Trova Tradicional Cubana, el que
más composiciones logró grabar en discos fonográficos. También cultivó otros
géneros musicales representativos de la identidad cubana como la guaracha y su
variante la guaracha-son, habaneras, criollas, y hasta compuso algunos tangos y
blues. Odilio Urfé, musicólogo cubano, evaluó la trascendencia de Manuel
Corona, con esta frase:
No resulta difícil
proclamar a Corona como el autor que reafirmó los perfiles modernos de la
guaracha. Las tres guarachas escritas en compás de 2/4 (todavía hasta ese
momento se escribía mayoritariamente en 6/8) inspiraron sus correspondientes
danzones.
Una peculiaridad muy
destacada de la obra de Manuel Corona, es la cantidad de canciones que le
inspiraron las mujeres, también se especializó en las
"contestaciones", una modalidad que consiste en hacer obras musicales
que respondan a otras de diferentes compositores; en el caso de Corona, se
contestó, incluso, a sí mismo.
Acerca de cómo se
conocieron la seductora mulata y Corona existen diferentes versiones. Según
contó la propia Longina, tal suceso tuvo lugar en la casa de otra grande de la
trova, María Teresa Vera: «Ella nos presentó, y un rato después Corona me dijo
que iba a escribir la canción. La verdad es que yo no pensé que fuera a
hacerlo, pero en ese momento tomó el papel y puso los versos». Y luego, según
cuenta Josefina Ortega, se encontraron otra vez en el solar Las Maravillas
donde vivía la Vera. «Habíamos ido a felicitarla por su santo, el 15 de octubre
de 1918.»
Todo parece indicar que esta vez no fue un encuentro casual el que
los unió a los dos, pues Corona se presentó para entregarle a su musa la
canción que ella le inspirara. María Teresa la cantó enseguida,
improvisadamente. Después sería su más grande intérprete. Pero en el mundo de
la bohemia las oportunidades y emociones sobran y los amoríos abundan. Así que
otras versiones refieren el encuentro en el cuartucho de Corona cuando Armando
André, director del periódico El Día se la presentó con el deliberado propósito
de que éste le dedicara una canción. Ya era asunto de corrillos la relación
amorosa entre el veterano de la Guerra de Independencia y la Exmanejadora.
Todavía hay quien se pregunta si el bardo se enamoró de Longina, a quien,
hechizado por su belleza, comparó con «una santa diosa, Longina seductora cual
flor primaveral».
El que llegaran a
establecer una relación amorosa resulta más discutible, pues no siempre la musa
llega producto de un legítimo y abrasador romance, de una decepción, o de
cualquier otra realidad, como apunta Rosendo Rosell, sino también de «un estado
anímico propicio que supo y pudo entretejer una mente dichosa, aunque en verdad
es lógico pensar que los mejores temas brotan del corazón que anhela, admira, o
sufre...».
En una crónica publicada
en 1950 en el El Nacional, de Caracas, Nicolás Guillén narra cuando conoció a
Longina. «Era hace 30 años una mujer de cuerpo flexible, negra, de altos senos
y ojos relampagueantes. Hoy ha engordado, naturalmente, y la mirada brilla
menos, pues los años no pasan en vano. Pero todavía da pruebas de que fue lo
que fue.» Fue a causa de la muerte de su cantor, que la mulata Longina adquirió
súbita actualidad. Escribe Guillén lo que contó entonces la «flor angelical»:
«A la una de la mañana tocaron a mi puerta para darme la noticia de la muerte
de Manuel, y eso me hizo una horrible impresión. Estaba y estaré agradecida a
él. Corona ha muerto, pero la mujer que le inspiró una de sus mejores canciones
está viva y lo recordará sin cesar.
En cierto modo él me
inmortalizó. Hubiera querido estar a su lado en el instante en que lanzó su
último suspiro. Yo sabía que se hallaba enfermo, tuberculoso, y sabía también
que no se cuidaba, que se había entregado a la bebida, sin importarle su estado
físico. Puedo decir que Corona se suicidó, porque si se hubiera cuidado un poco
habría vivido algún tiempo más.» —¿Para qué quiero vivir unos cuantos días más,
dándome cuenta de todo?
El alcohol al menos me hace creerme bien y me permite
compartir el tiempo que me queda con aquellos amigos y amigas de mi juventud—,
contestaba invariablemente el viejo trovador cuando alguien le pedía que
abandonara «el trago». Meses atrás Guillén lo había encontrado en uno de los
cafetuchos situados frente a la
Estación Terminal. Al
respecto escribe: «No hablaba con él hacía años, cuando la terrible enfermedad
no había estragado su cuerpo.». Lo vio «flaco, flaquísimo, los ojos hundidos,
el mentón en proa, la voz cavernosa.» —¿No te acuerdas de mí?—, le preguntó el
músico. —Claro que me acuerdo, tú eres Corona. —Yo soy Corona, pero me muero.
Mírame cómo estoy. Entonces Guillén lo invitó a una copa, que bebió ávida, con
mano temblorosa. —Un día quiero verte. Me gustaría cantarte las viejas cosas.
Yo soy el autor de Santa Cecilia y de Longina—. ¿No te acuerdas? La bohemia
artística de la convulsa capital cubana de principios de siglo, lo devoró. En
ella creció, creó, compuso, recorriendo bares, cafés y teatros. Su canción
Mercedes lo elevó en 1908 a la popularidad. Después vendrían muchas otras:
Santa Cecilia, Las flores del Edén, Aurora... Hasta llegar a
Longina, su más inmortal composición.
La vida bohemia no le
proporcionó riquezas, ni siquiera en vida disfrutó de la fama que alcanzaron
sus composiciones. Murió el 9 de enero de 1950, de hambre y frío, en la más
extrema pobreza; en la trastienda del bar Jaruquito, en Marianao, La Habana.
Dada su pobreza, los
conductores de ómnibus de la ruta 32, de la capital cubana, hicieron una
colecta para velar sus restos en la funeraria San José, luego la Sociedad de
trovadores lo trasladó para su sede, y el 10 de enero de 1950, en horas de la
tarde, fue su entierro; la despedida de duelo estuvo a cargo del notable músico
Gonzalo Roig.
Sus restos permanecieron
en el cementerio habanero hasta que en 1968, se trasladaron al
Cementerio de
Caibarién a instancias de un grupo de sus coterráneos encabezados por Armando
Rosado, conocido como Machina, importante promotor de la cultura local. El 14
de septiembre de 1968, sus restos se velaron de nuevo en la capital, el día 15
recibieron honores del pueblo y trovadores de todo el país en la Academia de Música de
Caibarién, donde se cantaron durante toda la noche piezas antológicas de la
trova tradicional.
En la mañana del 16, sus restos se trasladaron al cementerio
en un desfile donde continuaron las canciones y las ofrendas florales. En un
pequeño osario, sobre el regazo de una hermosa joven escogida por su nombre,Longina, como el de la
canción que lo inmortalizó, llegó Manuel Corona a la bóveda más antigua del
cementerio de Caibarién, donde aún descansan hoy y reciben numerosas ofrendas
de amantes de la música y admiradores de su obra. En Caibarién se le recuerda
también a través de un Festival de la Canción que lleva su nombre, surgido en
los años noventa y que se efectúa cada dos años, donde se premia la composición
y la interpretación. Además, la institución fundamental de la Cultura en el
territorio, La Casa de Cultura, donde se forman aficionados en las diferentes
manifestaciones del arte y se fomenta el gusto por ellas, se nombra
"Manuel Corona