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viernes, 25 de mayo de 2018

MANUEL CORONA RAIMUNDO

AURORA, AGUANTA UN POCO porque el POBRE LIBORIO se fue a EL SERVICIO OBLIGATORIO y ya no le QUEDAN LAS BUTIFARRAS que tú le compras.  Dice que LAS MULATAS DE BOMBAY se las dieron a NICANOR EN LATA.

Esta DOBLE INCONSCIENCIA me vuelve loco porque el CANTOR DE BOHEMIA no deja que MERCEDES le diga a LONGINA que En el lenguaje misterioso de tus ojos hay un tema que destaca: sensibilidad.  En las sensuales líneas de tu cuerpo hermoso las curvas que se admiran despiertan ilusión.

Manuel Corona Raimundo

Manuel Corona Raimundo nació en Caibarién, el 17 de junio de 1887 y vivió allí sus primeros años. Luego se trasladó a La Habana, capital de Cuba, y se consagró como uno de los grandes de la Trova Tradicional Cubana, junto a Pepe Sánchez, Sindo Garay, Alberto Villalón y Rosendo Ruiz. Dicen que le pidió a su madre que le permitiera comprarse una guitarra con el primer dinero que ganó como tabaquero, cuando era apenas un adolescente; cuentan que en cuanto pudo, fue a Santiago de Cuba, para beber de la fuente natal de la trova, allí conoció a Pepe Sánchez y se apropió de los conocimientos necesarios para componer de acuerdo a aquella forma que sentía era la suya.

En sus años iniciales como músico, fue guitarrista y compositor en una agrupación sonera de los barrios de La Habana y participó en la fundación de uno de los primeros sextetos habaneros de son, factores que le permitieron adquirir conocimientos imprescindibles en su obra musical. Entre 1900 y 1920, Corona realizó sus producciones más destacadas por la cantidad, calidad y variedad de géneros musicales. Corona fue, de los grandes de la Trova Tradicional Cubana, el que más composiciones logró grabar en discos fonográficos. También cultivó otros géneros musicales representativos de la identidad cubana como la guaracha y su variante la guaracha-son, habaneras, criollas, y hasta compuso algunos tangos y blues. Odilio Urfé, musicólogo cubano, evaluó la trascendencia de Manuel Corona, con esta frase:

No resulta difícil proclamar a Corona como el autor que reafirmó los perfiles modernos de la guaracha. Las tres guarachas escritas en compás de 2/4 (todavía hasta ese momento se escribía mayoritariamente en 6/8) inspiraron sus correspondientes danzones.
Una peculiaridad muy destacada de la obra de Manuel Corona, es la cantidad de canciones que le inspiraron las mujeres, también se especializó en las "contestaciones", una modalidad que consiste en hacer obras musicales que respondan a otras de diferentes compositores; en el caso de Corona, se contestó, incluso, a sí mismo.

Acerca de cómo se conocieron la seductora mulata y Corona existen diferentes versiones. Según contó la propia Longina, tal suceso tuvo lugar en la casa de otra grande de la trova, María Teresa Vera: «Ella nos presentó, y un rato después Corona me dijo que iba a escribir la canción. La verdad es que yo no pensé que fuera a hacerlo, pero en ese momento tomó el papel y puso los versos». Y luego, según cuenta Josefina Ortega, se encontraron otra vez en el solar Las Maravillas donde vivía la Vera. «Habíamos ido a felicitarla por su santo, el 15 de octubre de 1918.»  


Todo parece indicar que esta vez no fue un encuentro casual el que los unió a los dos, pues Corona se presentó para entregarle a su musa la canción que ella le inspirara. María Teresa la cantó enseguida, improvisadamente. Después sería su más grande intérprete. Pero en el mundo de la bohemia las oportunidades y emociones sobran y los amoríos abundan. Así que otras versiones refieren el encuentro en el cuartucho de Corona cuando Armando André, director del periódico El Día se la presentó con el deliberado propósito de que éste le dedicara una canción. Ya era asunto de corrillos la relación amorosa entre el veterano de la Guerra de Independencia y la Exmanejadora. Todavía hay quien se pregunta si el bardo se enamoró de Longina, a quien, hechizado por su belleza, comparó con «una santa diosa, Longina seductora cual flor primaveral».

El que llegaran a establecer una relación amorosa resulta más discutible, pues no siempre la musa llega producto de un legítimo y abrasador romance, de una decepción, o de cualquier otra realidad, como apunta Rosendo Rosell, sino también de «un estado anímico propicio que supo y pudo entretejer una mente dichosa, aunque en verdad es lógico pensar que los mejores temas brotan del corazón que anhela, admira, o sufre...».

En una crónica publicada en 1950 en el El Nacional, de Caracas, Nicolás Guillén narra cuando conoció a Longina. «Era hace 30 años una mujer de cuerpo flexible, negra, de altos senos y ojos relampagueantes. Hoy ha engordado, naturalmente, y la mirada brilla menos, pues los años no pasan en vano. Pero todavía da pruebas de que fue lo que fue.» Fue a causa de la muerte de su cantor, que la mulata Longina adquirió súbita actualidad. Escribe Guillén lo que contó entonces la «flor angelical»: «A la una de la mañana tocaron a mi puerta para darme la noticia de la muerte de Manuel, y eso me hizo una horrible impresión. Estaba y estaré agradecida a él. Corona ha muerto, pero la mujer que le inspiró una de sus mejores canciones está viva y lo recordará sin cesar.

En cierto modo él me inmortalizó. Hubiera querido estar a su lado en el instante en que lanzó su último suspiro. Yo sabía que se hallaba enfermo, tuberculoso, y sabía también que no se cuidaba, que se había entregado a la bebida, sin importarle su estado físico. Puedo decir que Corona se suicidó, porque si se hubiera cuidado un poco habría vivido algún tiempo más.» —¿Para qué quiero vivir unos cuantos días más, dándome cuenta de todo? 

El alcohol al menos me hace creerme bien y me permite compartir el tiempo que me queda con aquellos amigos y amigas de mi juventud—, contestaba invariablemente el viejo trovador cuando alguien le pedía que abandonara «el trago». Meses atrás Guillén lo había encontrado en uno de los cafetuchos situados frente a la
Estación Terminal. Al respecto escribe: «No hablaba con él hacía años, cuando la terrible enfermedad no había estragado su cuerpo.». Lo vio «flaco, flaquísimo, los ojos hundidos, el mentón en proa, la voz cavernosa.» —¿No te acuerdas de mí?—, le preguntó el músico. —Claro que me acuerdo, tú eres Corona. —Yo soy Corona, pero me muero. Mírame cómo estoy. Entonces Guillén lo invitó a una copa, que bebió ávida, con mano temblorosa. —Un día quiero verte. Me gustaría cantarte las viejas cosas. Yo soy el autor de Santa Cecilia y de Longina—. ¿No te acuerdas? La bohemia artística de la convulsa capital cubana de principios de siglo, lo devoró. En ella creció, creó, compuso, recorriendo bares, cafés y teatros. Su canción Mercedes lo elevó en 1908 a la popularidad. Después vendrían muchas otras: Santa Cecilia, Las flores del Edén, Aurora... Hasta llegar a Longina, su más inmortal composición.

La vida bohemia no le proporcionó riquezas, ni siquiera en vida disfrutó de la fama que alcanzaron sus composiciones. Murió el 9 de enero de 1950, de hambre y frío, en la más extrema pobreza; en la trastienda del bar Jaruquito, en Marianao, La Habana.

Dada su pobreza, los conductores de ómnibus de la ruta 32, de la capital cubana, hicieron una colecta para velar sus restos en la funeraria San José, luego la Sociedad de trovadores lo trasladó para su sede, y el 10 de enero de 1950, en horas de la tarde, fue su entierro; la despedida de duelo estuvo a cargo del notable músico Gonzalo Roig.

Sus restos permanecieron en el cementerio habanero hasta que en 1968, se trasladaron al 
Cementerio de Caibarién a instancias de un grupo de sus coterráneos encabezados por Armando Rosado, conocido como Machina, importante promotor de la cultura local. El 14 de septiembre de 1968, sus restos se velaron de nuevo en la capital, el día 15 recibieron honores del pueblo y trovadores de todo el país en la Academia de Música de Caibarién, donde se cantaron durante toda la noche piezas antológicas de la trova tradicional. 

En la mañana del 16, sus restos se trasladaron al cementerio en un desfile donde continuaron las canciones y las ofrendas florales. En un pequeño osario, sobre el regazo de una hermosa joven escogida por su nombre,Longina, como el de la canción que lo inmortalizó, llegó Manuel Corona a la bóveda más antigua del cementerio de Caibarién, donde aún descansan hoy y reciben numerosas ofrendas de amantes de la música y admiradores de su obra. En Caibarién se le recuerda también a través de un Festival de la Canción que lleva su nombre, surgido en los años noventa y que se efectúa cada dos años, donde se premia la composición y la interpretación. Además, la institución fundamental de la Cultura en el territorio, La Casa de Cultura, donde se forman aficionados en las diferentes manifestaciones del arte y se fomenta el gusto por ellas, se nombra "Manuel Corona



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